Burghwyn
Septiembre 30, 1815
Querida Margarite.
Me sorprendió recibir noticias tuyas tan pronto, parece ser que me escribiste luego de que Katherine lo hiciera; me ha agradado saber que te encuentras bien de salud y me llena de dicha saber que pronto tendremos un nuevo miembro en la familia, mis más sinceras felicitaciones para ti y tu esposo. Por aquí las cosas han estado un poco accidentadas.
Hace más de una semana volví a ver al Conde, su arribo en la mansión fue caótico, por decirlo de alguna manera. El revuelo entre los sirvientes fue tal que Teresa y yo tuvimos que poner orden para que las cosas estuvieran hechas antes de su llegada. Aparentemente había adelantado su viaje. Al parecer, en cuanto el carruaje llegó, no hizo más que aguardar un día a que los caballos se recuperasen y se lanzó de regreso a Burghwyn, no sé cuál habrá sido el apuro. Molly, mi doncella personal, me reveló que las sirvientas comentaban que su premura en volver era por mí; que el Conde deseaba ver a su prometida lo más pronto posible. ¡Yo no me lo creía! Quiero decir, él y yo hablamos un par de veces solamente, pero ya imaginarás que los rumores se esparcieron rápidamente por la mansión.
Finalmente el Conde arribó una de las tardes en las que, como ya era mi costumbre, descansaba en el jardín de flores, debiendo un té de jazmín. Teresa había llamado a Molly con urgencia, y yo me encontraba sola, pero como eran los jardines, no le vi problema. Disfrutaba de la brisa y el aroma de las flores cuando se me apareció Jimmy entre los arbustos; él es el mozo de doce años que me recibió al llegar. Es un muchacho bastante enérgico que siempre se vuelve un manojo de nervios cuando me ve; había escuchado de las sirvientas que a él siempre le pasa igual cuando se topa con mujeres jóvenes y hermosas, ¡como si yo fuera tan hermosa! Pobre, le daría un infarto si se topa con una de ustedes. Pero, manojo de nervios o no, se las apañó para contarme las peligrosas noticias que habían llevado al Conde a regresar tan pronto a la mansión. Más rumores. Rumores sobre mí que circulaban por toda la Ciudad Capital; terribles rumores que, a juzgar por tu carta, también llegaron a oídos tuyos.
- El Conde escuchó que la señorita gozaba de una reputación cuestionable... aunque no sé lo que eso significa, madam. - Yo sí sabía muy bien lo que significaba; cuando escuché a Jimmy decir eso, la taza cayó de mi mano al suelo y se hizo mil pedazos. Habría esperado cualquier cosa, menos eso. Lo que vino a continuación me destrozó el alma. - Mientras el Conde descendía de su carruaje, le oí preguntar dónde se encontraba usted. Se veía muy molesto, furioso. Él no es así, parecía otra persona. Sebástian intentaba calmarlo cuando Teresa me pidió que viniera a advertirle. Quizás no sea bueno que la señorita se encuentre con el Conde en este momento. - Me quedé helada, en blanco. ¿No encontrarme con él? ¡Estaba viviendo en su mansión! ¿Dónde esperaban que me escondiera?
- Jimmy... - Repentinamente me invadió una angustia indescriptible. - ¿Hay algún lugar al que pueda ir hasta que el Conde se calme? - Mi instinto me ordenaba correr y ocultarme. Lo mismo que hacía cuando Lord Burke volvía de sus reuniones de amigos.
El niño me cogió del brazo y me jaló hasta una salida lateral del jardín, esta daba a un laberinto que él parecía conocer muy bien, pues avanzamos sin ningún problema. Dejamos los jardines principales de la mansión atrás, yo siguiéndole lo mejor posible porque los tacones se me hundían en el césped y eso me dificultaba el andar. No sé bien cuánto tiempo caminamos, pero nos detuvimos a los pies de una colina; allí Jimmy se volteó y me señaló una cabaña en la cumbre, junto a un enorme y frondoso árbol. Me dijo que era un lugar que el Conde visitaba muy pocas veces y rara vez en esa época del año. Le ordené que volviese a la mansión y que no le dijese a nadie donde yo estaba. Supongo que así lo hizo. Mientras se alejaba, dejé escapar toda mi frustración en forma de lágrimas; mi corazón oprimía mi pecho en una asfixiante agonía, estaba allí sola al pie de una colina por culpa de un rumor.
¿Qué podría hacer? ¿Una reputación cuestionable? ¿Quién iniciaría semejante mentira? No conocía a nadie, no le había hecho nada a nadie. El único individuo con el que había tenido una discusión alguna vez había sido... Lord Burke. ¿Sería posible que en su desprecio iniciase semejante rumor? El Conde lo había creído, y había vuelto furioso para encararme. Era lo único que podía pensar mientras las lágrimas rodaban por mis mejillas y nublaban mi caminata de subida a la cabaña, mis lágrimas o la lluvia, nunca sabré bien cuál. Para cuando llegué a la puerta de la cabaña estaba empapada, mi vestido estaba cubierto de barro en la falda y mi cuerpo tiritaba a causa del frío. Con dificultad encendí el fuego, la madera estaba mojada, pero tenía que calentarme. Me costó trabajo quitarme el vestido, aún más el corpiño, pero finalmente lo logré y los puse a secar, estaban empapados y pesaban bastante. Me quedé en enaguas, me cubrí con una manta que encontré por el lugar, hacía frío; así que me senté cerca del fuego, con la mirada perdida en las llamas. Fuera la tormenta era intensa y ya me hacía a la idea que pasaría la noche en aquel solitario lugar. ¿Qué haría al día siguiente? ¿Bajar a la mansión y enfrentar al Conde? ¿A caso no confirmaba el rumor, escapando y escondiéndome en este lugar? Pero Teresa había temido por mi seguridad, por eso había enviado a Jimmy a advertirme.
El agotamiento me estaba atontando, y me costaba mantener los ojos abiertos. Iba a dormirme, no había mucho más que pudiera hacer en esa situación; finalmente había logrado relajar mis hombros cuando un estruendo en la puerta me hizo voltear aterrorizada, se había abierto de golpe, él estaba allí, de pie, empapado y jadeando. No sabría decir si estaba furioso o aliviado de verme, quizás un poco de ambas. Me puse de pie rápidamente y traté de no largarme a llorar allí mismo, con lo que me había costado calmarme.
- Así que aquí estabas, Elizabeth. - Su voz se oía todavía más profunda de como la recordaba, quizás por el enfado. No sé qué cara le habré puesto, pero repentinamente recordé que solo traía el enagua puesto y entré en pánico. Trate de cubrirme con la manta, y para evitar que me siguiera viendo me encuclille en el suelo. - Nadie en la mansión quería decirme dónde estabas. ¿Qué te pasa? ¿No estás acostumbrada a que los hombres te vean en ropa interior? - Cuando lo escuché decir eso se me escaparon unas lágrimas, estaba furiosa, podrás imaginarlo. Cogí un cojín que había en una de las sillas y se lo lancé directo a la cara.
- ¡Claro que no! ¡Conde idiota! ¡Descarado! ¡Date la vuelta y no me sigas viendo! - Grité eso y muchos otros insultos, tantos como se me vinieron a la cabeza; mientras continuaba arrojándole todo lo que encontraba a mi mano. Pero él se las apañó para acercarse y cogerme de los brazos, ya no pude moverme... su rostro. Margarite, si lo hubieses visto, no sabría decir si estaba dolido o furioso. Me miró fijamente, y yo no podía dejar de llorar, todo era tan frustrante. Injusto. - ¿De quién escuchaste semejante barbaridad, Alexander? - Le susurré ya casi sin aliento, pero él no me dijo nada. Solo me abrazó, con tanta fuerza que casi no me dejaba respirar.
- Así ya no te veré en ropa interior. ¿Te parece bien si te abrazo y conversamos un momento? Ya agoté todo mi enfado fuera en la tormenta. - Comenzó a acariciarme el cabello, y enterró su rostro en este. - ¿Por qué te escapaste? - Escuché su voz directamente en mi oído, y pude sentir cómo cada centímetro de mi cuerpo se contraía al percibir la sensación de su aliento en mi cuello.
- Dijeron que parecías un energúmeno y que no se podía razonar contigo... - Se dejó caer de rodillas en el suelo y me arrastró con él; no quería soltarme, me apretaba contra su cuerpo, estaba frío. ¿Cuánto tiempo había estado buscándome? - ¿Debí haber salido a enfrentarte sin más?
- No, te habría lastimado. No quiero herirte, no a ti. - Me respondía en murmullos, todavía sin dejarme ir. - ¿Fui un tonto al creer en los rumores?
- Alexander, ni siquiera sé muy bien de qué tratan los rumores de los que hablas. Me comentaron algo... - No quería repetir lo que Jimmy había dicho.
- ¿Eres una... tú eres...? - Ya podía notar que a él también le costaba trabajo reproducir aquella barbaridad. - ¿Has tenido relaciones con otros hombres?
- ¡Otros! - Junté fuerzas y me alejé de él para verle directamente a la cara. Sus ojos eran como los de un niño que no quiere saber la verdad por ser demasiado dolorosa. - ¡A caso no te basta con lo que acaba de pasar para intuirlo! ¿Te parece que una... mujerzuela... te arrojaría cuanto tiene a su alcance para que no la veas en ropa interior? - Quizás fueron mis palabras, o la forma en la que las dije, tal vez mi rostro de enfado e indignación, pero nada más terminé la frase se largó a reír a carcajadas. - ¡No te rías! ¡Esto es algo serio! Estas poniendo en duda mi intachable reputación, ¿por un rumor?
- Discúlpame, Elizabeth, es que te vez extremadamente hermosa cuando estás enfadada. - Allí estaba, coqueteando conmigo otra vez. Volví a cubrirme con la manta y suspiré.
- Deberías quitarte la ropa.
- Oh, qué atrevida eres.
- ¡Cierra la boca! ¡Estas empapado y hace frío! Te estoy diciendo que la seques al fuego, Conde pervertido.- Volvió a partirse de risa. Para esas alturas estaba dudando de si su enojo había sido en serio o solo una excusa para estar a solas conmigo, sin los sirvientes cerca. Cuando comenzó a quitarse la ropa tuve que voltearme rápidamente, sentía mis mejillas acaloradas. Margarite, en el fondo, el Conde es un hombre muy descarado.
Me arrebató la manta de las manos y se cubrió la espalda con ella, luego me cogió por la cintura y me atrapó hacia donde él quería sentarse; allí me quedé, casi petrificada, sentada entremedio de sus piernas. Todo mientras aguardábamos a que el fuego secase nuestra ropa.
- Alexander, solo para que te quede claro...- Realmente es muy vergonzoso decir tus sentimientos en voz alta, - esta es la primera vez que estoy tan cerca de un hombre.
- Sí, lo sé... - ¿Lo sé? Me hizo pasar un infierno por algo que sabía muy bien que era mentira.
- ¿Lo sabes? ¿Entonces qué fue toda esa parafernalia con los sirvientes? - Creo que la palabra indignación se queda corta, pero es la única que se me ocurre para describir el rostro que le dediqué cuando me volteé a verle la cara. Tenía una sonrisa traviesa y seductora y casi logra que me derrita.
- Es imposible tener un momento a solas en esa mansión; además, me intrigaba ver tu reacción a esos rumores que tú y yo sabemos muy bien quién comenzó. Ya tomé las medidas necesarias, así que no debes preocuparte. - Puso su dedo índice sobre mi nariz y volvió a sonreírme, ¿es a caso esa la forma en la que debe comportarse un Conde?
- Teresa va a estar furiosa contigo. - Murmuré mientras me giraba para que no viese mi rostro avergonzado.
- Teresa y Sebástian. Seguro que me perdonan si hablas a mi favor. Todos parecían más preocupados por ti que por mí en la mansión. - En ese momento me preguntaba si Alexander hablaba en serio, pero solo tuve que aguardar al día siguiente, cuando un furioso Sebástian apareció en la puerta de la cabaña, con Jimmy cogido de un brazo.
Como no habían tenido noticias nuestras en toda la noche, Jimmy le había confesado a Sebástian que él siempre supo dónde me encontraba. El mayordomo se había imaginado que su señor se dirigiría a la cabaña para refugiarse de la lluvia y que me habría encontrado escondida allí. Considerando las lágrimas acumuladas en el rostro del mozo, supuse que le habían regañado durante todo el camino. Pero yo estaba bien a esas alturas, de alguna manera, Alexander me había ayudado a colocarme el corpiño y el vestido... ¡es vergonzoso! Así que por favor, Margarite, nunca me pidas que te de detalles. Solo te diré que nada pasó esa noche, fuera de una sincera plática.
Parte III Parte V
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