Ciudad Mercurio

Imagen por Art Photography


    Eran tiempos de angustia, podías respirar el temor en el aire. Las noches eran lo peor, el inquietante silencio nocturno duraba muy poco después de que se ocultase el sol; era reemplazado por las explosiones en el exterior y los apagados gritos de guerra. Los aullidos creaban eco entre las elevadas edificaciones de la ciudadela de Ciudad Mercurio. Eso volvía que los tiempos de turno de noche durasen una eternidad y un poco más; era raro ver a los enfermos dormir con los clamores fantasmagóricos de la batalla, y por lo tanto el trabajo era doblemente duro. Eso era algo que ella sabía muy bien, después de todo, siempre le tocaba la guardia noctámbula.

    La vida diurna era completamente diferente. Los sonidos de las bombas y los chillidos se mezclaban con el bullicio de la ciudad que impactaban contra los potentes muros de hierro. Aquellas colosales cadenas de pilares interminables, rodeaban la ciudad capital desde hacia ya varios años. Lord Mercury, el alcalde vitalicio, los había mandado a construir aludiendo la inminente necesidad de proteger a sus queridísimos ciudadanos de los ataques de los animales y hombres de las tierras del exterior. Los seres de fuera se habían convertido en bestias salvajes, producto de las olas de radiación; los muros también evitaban eso, que la radiación acabase con la vida en la metrópoli. Por eso, pese a la angustia y el temor de la guerra, la mayoría de las personas gozaba de una vida tranquila. Su vida era realmente pacífica, a pesar de los extensos turnos de trabajo. Al menos hasta esa noche.

    Varia Port trabajaba en el área restringida del hospital. La mayoría de los enfermos a su cargo tenían orden de aislamiento, por diversas razones que nadie se molestaba en explicar. Su responsabilidad era atenderlos, recorrer los pasillos vacíos, una y otra vez, trayendo medicinas sin nombre o extrayendo muestras sanguíneas para exámenes de laboratorio, estudiando enfermedades que no estaba autorizada a conocer. Muy pocas veces tenía tiempo para descansar, y rara vez se detenía a pensar sobre la vida de sus pacientes; se preocupaba de ganarse el pan de cada día. Sin embargo, había algo diferente esa noche, algo inusual. Solo había un paciente ingresado en el sector. De acuerdo a la guardia de día, todos los demás habían fallecido repentinamente. Extraño.

    Ese único paciente se llamaba Robert Visdow, un hombre de veinticinco años. A juzgar por cómo sus pies sobresalían del borde de la camilla, supuso que era alto. Tenía tez pálida, cabellos negros y ojos azules, como el antiguo océano de las historias que alguna vez habría oído de su abuelo. Le llamó la atención que, en cada procedimiento que tuvo que realizarle aquella noche, aquel hombre se esmeraba en contarle cosas extrañas.


"Habló sobre los muros, y también sobre el exterior.
Me mencionó que las cosas no son lo que parecen.
Dijo que el Señor Alcalde nos ha ocultado parte de la verdad.
En algún momento me comentó que venía del lugar que está al otro lado de los muros; y que lo habían atrapado mientras robaba alimentos para su gente.

Francamente, me reí cuando se autodenominó el líder de la resistencia. Dejé de hacerlo cuando comenzó a relatarme lo cruentas que eran las batallas al otro lado, que todo lo hacían para liberarnos del dominio del Tirano Mercury.
Naturalmente no tardé en aclararle que no entendía de qué me estaba hablando.

Él estaba equivocado, todos sabemos que no hay nada allí fuera.
No hay ninguna civilización, solo bestias. Eso le dije.
Pero él fue muy insistente, de hecho me pidió que mirara una fotografía que traía oculta entre sus ropas.

Oh, había un grupo de personas muy alegres... de hecho... muchos de los hombres y mujeres en aquella imagen habían sido mis pacientes. Eso me alteró un poco los nervios. Todos habían muerto repentinamente de un turno para otro.

Sus ojos. Sus ojos fueron los que me hicieron dudar. Tenían un brillo especial, ¿sería posible que Lord Mercury fuese realmente un tirano?, pero de ser así, ¿qué podía hacer yo, una simple enfermera?

Después, Visdow me pidió que aflojase un poco sus amarras, aludiendo que tenía las manos muy frías. Yo hice mi trabajo, como dije, soy enfermera.
Verifiqué su alusión y comprobé que, efectivamente, sus manos estaban extremadamente frías y que las amarras estaban demasiado apretadas. Impedían la circulación adecuada de la sangre. 
Es mi deber mantener a mis pacientes en buen estado, hice lo que había que hacer. Podría haber perdido las manos si lo dejaba así.

Liberé un poco la tensión de las amarras.
Cuando lo hice, él se levantó inmediatamente y se liberó por completo. Aún no me lo explico.
El resto usted ya lo conoce, señor oficial."


    Acabó de pronunciar Varia, tranquilamente sentada en el despacho del detective. Éste la observó por sobre el borde de su libreta de notas y se inclinó hacia ella.

- El sujeto la tomó como rehén y la utilizó para que los guardias le dejasen salir del área restringida. Cargó con usted hasta salir del hospital, y luego para llegar a los límites de la ciudad. - Observó a la chica, todavía desconfiado de su palabra. - Lo que no entiendo, es por qué usted está viva. El sospechoso asesinó a todos los guardias, pero a usted no le hizo nada.

    Pronunció el moreno detective, rascándose la barbilla. Ella solo lo observó y parpadeó un par de veces, con lentitud, para entregarle su respuesta.

"Quizás no me veía como una amenaza. Los guardias tenían armas, yo con suerte cargaba un lápiz. Él solo quería salir de aquí. Quizás fue por eso" - Respondió ella, sin darle mucha importancia al asunto.

- Sí, debió ser por eso. Disculpe las molestias. Si ya me lo ha dicho todo, puede retirarse. - La muchacha le dio las gracias y se retiró de la estación de policía.

    Mientras caminaba por la calle, escondió las manos en los bolsillos y suspiró con pesadez. Ciertamente había omitido varios detalles. El más importante había sido lo último que Robert Visdow le había susurrado al oído antes de liberarla.

- Volveré por ti. Ahora que sabes la verdad, será cuestión de tiempo hasta qué decidan qué hacer contigo. No creo que te dejen seguir con vida. - Luego de eso le había dado las gracias por confiar en él y le había robado un beso de despedida. Desapareciendo entre la oscuridad de los pilares de los muros. 

    Sí, seguramente su vida se volvería un poco más ajetreada de lo que ya era. Llegado el momento, tendría que decidir qué hacer: ¿quedarse en la ciudad y morir asesinada por lo que había descubierto, o arriesgar su vida fuera de los muros, esperando correr mejor suerte que dentro de ellos? Pronto lo sabría.



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