Burghwyn
Agosto 31, 1815
Mi querida Katherine.
Me ha emocionado recibir tus palabras de respuesta tan pronto. No me esperaba que Margarite estuviese viviendo a tan corta distancia de ti, y me agrada que ambas puedan leer mis cartas. Por sus palabras, debo asumir que ninguna de ustedes estaba al tanto de que papá tenía un testamento. Debo decir que no me sorprende, nuestro tío lo tenía todo muy bien planificado. En respuesta a su solicitud, les hablaré un poco más delas circunstancias que me llevaron a donde me encuentro.
El testamento de papá constituía una verdadera tragedia para cualquier mujer que alguna vez soñó con experimentar el amor de juventud. Me alegra haber sido yo quien tuviese que dar cumplimiento a tan absurda solicitud; me habría partido el corazón ver a alguna de ustedes en esta situación, ya que por fortuna no soy una de esas soñadoras. Debo confesarles que más que lectura de herencia, el bendito trozo de papel parecía un contrato matrimonial. Una garantía de pago que aseguraba a cierto prestamista que recuperaría su inversión monetaria y, donde los intereses había sido convertidos en un individuo de carne y hueso.
Como ya les había mencionado en mi carta anterior, mi interés era salir de casa con el dinero de la herencia en el bolsillo. Un pequeño, pero no menor, detalle condicionaba que ese deseo se cumpliera: mi única oportunidad de abandonar el yugo de nuestro tío, era convertirme en la esposa del hombre que había salvado a nuestra familia de la quiebra en la crisis que enfrentamos poco más de ocho años atrás. En resumen, si me casada, se me entregaría un cuarto del total del dinero de la familia; el restante correspondía al prestamista como pago de la deuda, menos cierto porcentaje que constituía el pago del impuesto por los traspasos, honorarios del abogado y la comisión del albacea.
¡Queridas hermanas, el sorpresivo compromiso era la menor de las sorpresas! Aunque parecía una broma de mal gusto, daba la casualidad de que el famoso prestamista estaba sentado a mi lado en aquella lujosa mesa de restaurante.
Lord Alexander Mascarov, a sus veintidós años de vida, había, sin mucho esfuerzo económico, salvado a nuestra familia de la quiebra y vergüenza social. Naturalmente, el aludido no había mencionado palabra de ese pequeño detalle, todo estaba escrito en el documento que tenía entre mis manos. Imaginarán ustedes mi desconcierto. Verán, Lord Mascarov parece mucho más joven de lo que realmente es, ¡jamás me habría imaginado la diferencia de doce años de edad! Levanté mi vista del trozo de papel y le planté cara al noble que parecía no haber despegado sus ojos de mi rostro. Abrí la boca para protestar, créanme que lo hice, pero la cerré enseguida, sin pronunciar palabra. Todavía no acababa de leer.
De no cumplir con el mandato, el total de la herencia quedaría en manos del albacea. Llegando a ese punto, volví a levantar la mirada, ¡lo que acababa de leer me había alarmado! Fui alternando la vista entre el documento en mi mano, el prestamista y el abogado. Sentí la tensión en mis hombros y mis brazos se estremecieron levemente. Era rabia, principalmente rabia.
- ¡Qué hombre más vil! Sabía que no era una persona de bien, pero jamás imaginé que podía llegar a ser tan codicioso.
Queridas hermanas, en ese momento comprendí por qué Lady y Lord Burke tenían tanto apuro en que ustedes contrajesen matrimonio. Entonces, las continuas discusiones con nuestra tía para presentarme en sociedad, cobraron sentido. Querían casarme anticipadamente por la misma razón. Al cumplir la mayoría de edad, de acuerdo al testamento, se nos daría la opción de saldar la deuda familiar, con todas sus condiciones. Lamento comunicárselos de esta manera, pero Lord Burke estaba al tanto de este apéndice que les comento.
- Naturalmente, con todas las hijas de la familia casadas, habría sido imposible dar cumplimiento al testamento. Con matrimonios anticipados, la fortuna de los Longhart habría sido transferida a los Burke. - Tuve que darme aire con el testamento, pues estaba realmente furiosa; aunque Lord Mascarov parecía bastante complacido con mi deducción.
- Temo preguntar, madam, pero ¿está usted comprometida? - Las palabras del abogado eran de duda, como si temiese alguna respuesta en particular. - Han circulado algunos rumores, los cuales espero ciertamente que sean falsos. - Respiré profundamente y recordé que madre odiaba los rumores; definitivamente no quería mas sorpresas porque necesitaba recuperar la calma, que para esos momentos me dificultaba bastante disimular.
¡Hablamos de un contrato! Eso era, un contrato que me prometía de esposa a un hombre desconocido, encantador, pero desconocido. No podía evitar sentir algo de pena, pues me imaginaba que deseaba su inversión de vuelta; eso era lo que, entre nosotras, más me apenaba. Nunca he soñado con el príncipe azul, pero guardaba una pequeña esperanza de casarme por amor, y no por conveniencia. Pero allí estaba, sujeta a un matrimonio con un hombre que no debía tener ningún interés particular en mi persona, fuera del que se tienen por un cheque en garantía. ¿Y ahora el abogado me preguntaba si estaba comprometida? ¡Como si eso fuera a importar en aquellas circunstancias!
- Esto es una broma con sabor a tragedia, sin duda. - Me di un masaje en la sien para aliviar la tensión que se estaba acumulando en la zona. - No me encuentro comprometida, ¿qué clase de rumor es el que está circulando, abogado? - Finalmente suspiré.
- Pues... - estaba dudando, odio cuando la gente duda. Aunque noté que Lord Mascarov había movido su atención hacia el abogado, parecía interesado. Me intrigó.
- Edison, respóndele a la dama. Me intriga tu respuesta, ¿cuál es el dichoso rumor? - Pues no sabía del rumor el tampoco.
- Escuché que la más joven de los Longhart se había comprometido con Lord Burke.
- ¡Qué! - Me puse de pie inmediatamente, eso era demasiado, incluso para un rumor. Golpeé la mesa con la palma de mis manos, pero enseguida retorné a mi asiento. Quería largarme a llorar en se momento. - ¡Por Dios, qué asco! Para fortuna del señor aquí presente, me las he arreglado para permanecer soltera y libre de todo compromiso.- El señor Edison pareció recuperar color en su rostro con mi respuesta, pero Lord Mascarov parecía molesto, no se bien si por el rumor o por mi comentario, pues se mantuvo en silencio.
- ¡Magnífico, madam! Ahora que está en conocimiento del testamento, me tomaré la libertad, si a su Excelencia le parece bien, de acompañarla a su domicilio actual para notificar al albacea de que usted dará cumplimiento a la condición de manera inmediata.
- ¿Inmediata? - Queridas hermanas, siento como si estuviera en una especie de torbellino sin fin.
- Creo yo, y si usted está de acuerdo, que deberíamos aprovechar la presencia de su señoría, el Conde Mascarov, para evitar toda protesta e impedimento alguno por parte de su tío. - Casi me ahogo con la taza de té que me había comenzado a beber.
- ¿Conde? ¿Ha dicho Conde? ¡Dios mío! ¿Eres un Conde? - Hermanas, ¿recuerdan lo mucho que se preocupaba madre de que respetásemos a la alta nobleza? Me horroricé por mi falta de educación y exceso de familiaridad con el que había actuado frente al Conde. No sé que rostro habré puesto, pero intuyo que aquél hombre imaginó mi conflicto y angustia, lo creo por lo que me dijo luego de mi entrada en pánico.
- No tienes que preocuparte por eso, mi querida Elizabeth. ¿Qué clase de amante sería si obligase a mi hermosa prometida a tratarme con diferencia de clases? A cambio, te pediré que esa familiaridad e inocencia tuya, solo me la muestres a mí. - Recuerdo que intenté balbucear algo coherente de respuesta, pero nuevamente sentí demasiada vergüenza para hacerlo y sólo pude asentir con un movimiento de mi cabeza, sin lograr despegar la mirada de sus ojos. Son cautivadores, ciertamente.
Luego de toda aquella conversación, ambos caballeros me acompañaron a mi residencia. En buena hora, pues Lord Burke estaba furioso y estoy segura que me habría molido a golpes de no haber sido por la presencia del Conde. Nada más entrar se me lanzó encima como un energúmeno, ya saben cómo se ponía cuando rompíamos las normas. Salí sin autorización y volví con dos hombres de escolta. De no ser por el Conde, no sé qué me habría sucedido. Sin mucho esfuerzo, el respetable noble detuvo el brazo de Lord Burke a medio camino de mi rostro. Luego de ese incidente, su Excelencia dictaminó que ese mismo día me trasladaría de la antigua residencia de nuestra familia a una habitación en el Hotel Central. De hecho, no dejó mi lado hasta que el abogado regresó con sus sirvientes, a quienes me tocó instruir para que embalasen las pertenencias que trasladaría a la mansión del Conde aquí en Burghwyn. Una vez que acabé de dar indicaciones, Alexander me escoltó personalmente al Hotel y el señor Edison permaneció en la ex-residencia Longhart para supervisar el embalaje.
Permanecí casi una semana en la suite real del Hotel Central, con custodia permanente. El Conde quería evitar cualquier jugarreta de parte de nuestro tío; él me amenazó y aseguró que no se quedaría de brazos cruzados mientras le robaban su fortuna, supongo que Alexander temía alguna represalia física hacia mi persona. Me angustia comunicarle que en ese período no vi a mi prometido ni una sola vez, todo el tiempo se me fue en papeleos y audiencias. Aunque estaba tan ocupada que no tuve tiempo de analizar ninguno de estos detalles.
Ciertamente las cosas nunca salen como uno esperaría.
Parte I Parte III
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