Burghwyn
Agosto 15, 1815
Mi querida Katherine.
Lamento no haber podido escribirte con anterioridad, pero los últimos acontecimientos han sido realmente difíciles de procesar. Todo ha ocurrido tan rápidamente que aún no he tenido la oportunidad de anunciar las aparentes buenas nuevas. Serás la primera en saber que me encuentro comprometida, pero creo que debo explicarlo todo con mayor detalle.
Siempre me desagradó viajar en carruaje, ¿recuerdas?, ese condenado balanceo intermitente me provoca malestar estomacal, y, además, en esta ocasión, no he dormido absolutamente nada y me he alimentado de manera inadecuada los últimos días. Por ello agradezco no puedas ver mi apariencia espectral en este momento.
Apoyó la cabeza en la ventana del coche y se concentró en su lamentable reflejo; suspiró suavemente ante la imagen de una muchacha de dieciocho años y piel tan blanca como la nieve, la cual resaltaba todavía más a causa de su cabellera oscura y recogida en un moño, que a esas alturas del viaje ya permitía que sus rebeldes rizos salieran de su lugar. Se dedicó una sonrisa que resultó más bien desalentadora, resignada.
Supongo que me estoy haciendo la idea de que mi escasa libertad acabará en cuanto descienda de este carruaje jalado por corceles de pelaje oscuro.
Los ronquidos del señor Edison sobresaltaron su accidentada escritura; aparentemente se había ahogado en su propia saliva. Le observó divertida, pues pese a la evidente y momentánea asfixia, simplemente había vuelto a acomodarse en el asiento acolchado de cuero y seguido durmiendo.
No me parece correcto culpar de mi tragedia al Señor Edison, ¿lo recuerdas? el abogado de papá, pero definitivamente todo comenzó cuando recibí una carta suya. Ahora bien, tampoco podría decirte que me arrepiento de haber leído dicho documento. Lo único certero para mí en estos momentos, es el sabor amargo de la victoria que obtuve sobre Lord Burke, y ese es mi pequeño y único consuelo.
Su nombre era Elizabeth Longhart, la menor de tres hermanas, hija de Lord y Lady Longhart. Se crió bajo la tutela de sus padres en la Ciudad Capital; su padre fue un reconocido explorador y lingüista, quien había amasado su fortuna gracias al comercio de sus libros de investigación y la venta de los extravagantes objetos que adquiría en cada uno de sus viajes. Aquellas extrañas invenciones se vendían a muy buen precio entre los coleccionistas, en la tienda de Antigüedades y Curiosidades que administraba Lady Longhart.
Por ser la mayor, debes recordar mejor que yo que nuestra vida en la alta sociedad no fue un éxito rotundo desde el comienzo. Aún recuerdo cómo madre se hizo cargo de la empresa familiar, eso fue después de que papá hiciera una inversión que casi nos deja en la calle, ¿verdad? ¿cuántos años tendría yo en ese entonces? ¿ocho, nueve quizás? ¡Incluso yo fui capaz de notar que nuestro padre no tenía madera para los negocios!
Pese a estar siempre tan ocupada, mamá jamás descuidó nuestra formación como señoritas, ni nuestra participación en los eventos de alta sociedad. ¡Cómo odiaba asistir a esas reuniones! Madre era realmente reconocida y respetada, y por eso todo el mundo nos hablaba con la expectativa de que fuésemos iguales o mejores que ella; no solo era inteligente y hábil en los negocios, sino que también era muy hermosa. Por esa época estaba obsesionada con encontrarles un buen marido a Margarite y a ti. Conmigo era todo más complicado, me pasaba el tiempo entre libros en la oficina de papá, ¡amaba perderme en la lectura!, y padre disfrutaba obsequiándome nuevo material.
¡Es una lástima cómo las cosas cambiaron el invierno de mis once años! La nieve parecía que no dejaría de caer; el día que papá y mamá fallecieron ha sido el más triste de nuestras vidas. Quedamos solas, a nuestra suerte y merced de codiciosos que ansiaban nuestra herencia. ¡Sé lo que debes estar pensando! Los Burke eran diferentes. No tengo recuerdos muy detallados, supongo que mi mente prefirió bloquear toda esa experiencia; recuerdo tu ir y venir, y tus discusiones con personas interesadas en nuestro dinero más que en nuestro dolor. Pero con la llegada de Lord y Lady Burke todo se volvió diferente.
Mildred Burke, la prima segunda de nuestra madre madre, y su esposo, Edmund Burke, un hombre intimidante. En ese tiempo me llamó la atención que su contextura gruesa, poblados bigotes y mirada despectiva, le daban un aire aún más terrorífico. ¿Cómo fue que ellos se las arreglaron para convertirse en nuestros albaceas? ¿Es que no había nadie más? Sé que para ustedes fue beneficioso, es decir, lograron ser presentadas en los más reconocidos círculos sociales; gracias a eso no tardaron en conseguir hombres influyentes que las convirtieron en sus esposas. En menos de dos años, ambas me abandonaron en aquel lugar.
Créeme cuando te digo que quedar bajo la tutela de Lady Burke fue una pesadilla. Era extremadamente estricta, ambos lo eran; piensa que cuando Margarite se fue, yo apenas tenía catorce años y no podía ser presentada en sociedad aún. Supongo que te estarás sonriendo al imaginar que con mi personalidad voluntariosa me oponía a las normas de una manera inquebrantable. Y tienes razón al pensarlo. No quiero alardear, pero mi instrucción fue mucho más exquisita que la de ustedes dos, ya para esa edad manejaba a la perfección la terminología legal y las leyes. Para Lady Burke, una pesadilla, pues me las valía de todo eso para escabullirme cada vez que quería llevarme a algún lugar; pero para Lord Burke era diferente, conveniente, decía. Me pregunto si todavía piensa igual.
¿Sabías que papá tenía un testamento? Cuando me enteré de los detalles, comprendí el porqué tenían tanto apuro en casarlas.
Nunca las mantuve al tanto del régimen del terror en el que vivía, no le veía sentido. Además, cada que podía, me las arreglaba para huir a la biblioteca a releer todos los libros que podía. Una rutina agradable hasta que sucedió lo de Lady Burke. Creo que no nos vemos desde su funeral. Lord Burke estuvo muy ocupado luego de eso, sus negocios siempre habían sido lo primero y, eso, no cambió ni siquiera con la muerte de su mujer.
¡Tres años pasaron!, el tiempo vuela. Aunque si hubiese sabido que todo el desajuste de mis planes comenzaría con mi mayoría de edad, habría deseado que el tiempo transcurriese con más lentitud. ¡Y yo que quería mandarme a cambiar con la herencia de papá en el bolsillo! Resultó que por mera casualidad, y gracias a que Mary y Frederick se encontraban ocupados, recibí la correspondencia en la puerta principal. Entre todo el papeleo, dirigido naturalmente a Lord Burke, había una pequeña carta destinada a mi persona; pensé que podían ser noticias tuyas, así que la metí rápidamente en mi bolsillo y la revisé esa noche con más calma.
La carta remitía de Thomas Edison, el abogado de nuestros padres. El distinguido hombre me envió un mensaje relativamente breve. Se encontraba de visita en la ciudad, por negocios, y esperaba poder reunirse conmigo a solas para discutir los detalles del testamento de nuestro padre. ¡Testamento, Katherine! Naturalmente me apronté en cuanto me fue posible, al día siguiente; a hurtadillas cogí mi sombrero y mi abrigo, y salí rumbo a la dirección que señalaba la carta.
Su caminata por la avenida fue apresurada, no estaba segura de cuánto tiempo podría disponer. Mientras avanzaba, comenzó a perderse entre el gentío de la calle principal, quería pasar lo más desapercibida posible. Su tío tenía conocidos en todas partes, y no le convenía ser reconocida por alguien. Fijó la mirada en el empedrado del suelo y no tardó en llegar al hotel.
Era el hotel del Centro, ese que siempre veíamos desde fuera. El lobby estaba atiborrado de gente, así que me mantuve de pie, dubitativa, a unos pocos pasos de la entrada. Tardé en aceptar que no estaba acostumbrada a ese tipo de lugares, nuestro tío es tacaño y con suerte me ha llevado al club de campo. Eso era mucho más diferente. Lo otro era que no sabía por quién preguntar ni dónde. Ya estaba barajando la posibilidad de regresar a casa, cuando escuché una voz varonil dirigiéndose a mí...
- Disculpe la intromisión, madam. No pude evitar percatarme de su rostro de confusión, ¿será a caso que requiere algún tipo de asistencia?
Aquel elegante caballero, se había detenido en su camino de salida para ofrecerme ayuda. Le observé con atención, parecía joven y, sin lugar a dudas, déjame decirte que era extremadamente guapo. Estoy casi segura de que me ruboricé cuando su mirada se centró en mi insignificante persona. Tenía una sonrisa encantadora, la que consiguió ponerme todavía más nerviosa de lo que ya estaba, aunque me las arreglé para responderle...
- Pues, en efecto, mi estimado señor. Debo reunirme con un caballero que parece encontrarse hospedado en este hotel. - Le enseñé la carta, pensé que podría serme útil y la había llevado conmigo. - Lamentablemente no me ha indicado hora o lugar específico; me imaginé que lo más lógico era averiguar si efectivamente se encuentra en este hotel. Luego mandar a llamarlo al lobby, si ese fuera el caso.
- Efectivamente, habría que confirmar que se encuentra presente.
Mientras atendía mi consulta, pude visualizar una mueca de desagrado en su rostro; ¡claro!, él había mirado en la misma dirección que yo, el lobby estaba atiborrado, pero luego cambió a una sonrisa confiada, cuando vio el reverso del sobre.
- ¿Señorita Longhart?
Cuando dijo mi nombre, usando su voz, me sorprendí mucho y sentí que un escalofrío recorría mi espalda. No me imaginaba cómo lo habría averiguado, eso me hizo entrar en pánico momentáneamente pues creí que sería algún conocido de nuestro tío. Luego entendí que mi nombre estaba al reverso del sobre, naturalmente, así que pude respirar tranquilamente; aunque el brillo particular en sus ojos demostraba un interés que al principio no tenía, ¿algo con mi nombre, quizás?
- Alexander Mascarov, para servirle. No se imagina el honor que es para mí, conocerla en estas circunstancias.
Me devolvió la carta, traté de recogerla delicadamente de su mano, pero el la cogió mientras lo hacía. Aunque solo fue para besar delicadamente su dorso; igualmente me quedé de una pieza, por la sorpresa, odiando mi corazón, pues estaba a punto de asfixiarme con tanto latido.
- El honor es todo mío, señor Mascarov. - Fue casi un susurro.
- Llámeme Alexander, por favor. Si me lo permite, le llamaré Elizabeth. Es un nombre hermoso.
No grites, pero accedí a que me tratase sin el honorífico. Ir con el señorita antes o después de cada frase, es un fastidio. Parecía un encuentro afortunado, de esos sacados de las novelas que tanto te gustan. Se colocó su sombrero y abrigo, mientras continuaba exponiéndome sus razones para proceder. Resultó que él iba en camino a reunirse con el Señor Edison, justamente a quien estaba buscando. Alexander insistió en escoltarme hasta dónde el abogado se encontraba. Me ofreció su brazo y yo lo acepté sin mas; no estaba acostumbrada a recibir ese tipo de atención. Podríamos decir que comprendí parcialmente el disfrute que Margarite y tú tienen en las reuniones sociales.
Tuvimos una conversación fluida, considerando lo poco acostumbrada que estoy a esas situaciones. Tenía un interés desmedido por conocer mi historia de vida y mis aficiones. Ya comenzaba a incomodarme tanta pregunta, pero arribamos al restaurante en que se reunirían, ¡todo un lujo! Alexander se veía y desenvolvía con mucha comodidad. Él había reservado un lugar apartado, allí estaba el abogado. Desde el asiento se apreciaba todo, era una vista casi panorámica. Pese a todos los años, sigue pareciendo casi igual, y casi se fue de bruces al verme parada junto a su cliente.
- ¡Señorita Longhart! Es usted la viva imagen de su madre - No estoy acostumbrada a los elogios, y pocas veces oía mi nombre y el de mi madre en la misma frase.
Me disculpé por interrumpir su reunión con Lord Mascarov, pero no pareció molestarle en absoluto. Alexander, insistió en llamar aquél encuentro como una jugada providencial del destino. Al parecer, ese hombre, sabía lo encantadora que era su sonrisa, pues la usaba a menudo. Las coincidencias se acumulaban demasiado para mi gusto, ya pronto comprendería que el destino estaba encaprichado conmigo.
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