Isekai - 異世界 - Ellos

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Las gestiones y papeleos del funeral habían sido demasiado, aún para un joven tan organizado como él. Además, como si no fuera suficiente, Alexander, el hermano de en medio, había logrado que le suspendiesen de la escuela y él había tenido que ir a plantar cara frente al Director. Por otro lado, María, la menor, no paraba de llorar por los rincones de la casa.

Si lo pensaba detenidamente, muy por el contrario, el no había derramado lágrima alguna, ni había dado rienda suelta a su enojo. Quizás ese era uno de los motivos por los cuales no podía enfadarse con su hermano, ni regañar a su hermana. Muy en el fondo, comprendía que todos reflejaban su pena de una manera diferente. En su caso, todo era piloto automático.

En su situación actual, la mejor opción para ellos era mudarse al campo, allí todo era menos costoso. De esa manera, una vez tomada la decisión, todo había resultado extremadamente expedito. Aquella mañana se dispuso a recoger a la pequeña de la familia de casa de unos amigos de la familia. Se dirigirían a la estación de trenes, en donde se encontrarían con Alex, y de allí partirían rumbo a su nuevo hogar.

Nada más subir a la máquina de transporte, la pequeña pecosa se había arrimado a la ventana y había pegado su rostro en el vidrio, manteniéndose sin despegar la mirada del exterior durante todo el camino de la ciudad al campo. De alguna manera le consolaba observar los cambios en el paisaje. Alexander, por su parte, se había calzado los audífonos, haciendo lo que mejor sabía hacer, aislarse de todo y todos. A él no le hacía gracia tener que dejar su trabajo de medio tiempo, pero le animaba no tener que volver a ver a los idiotas de su antigua escuela. Un cambio de aires sería lo mejor, pensó.

Cada cierto tiempo, el muchacho auto aislado centraba su atención en Alberto, su hermano mayor. Él llevaba la carga más pesada de los tres; con todo lo que había sucedido luego del accidente de sus padres, su decisión de aplazar sus estudios universitarios por el bien de sus hermanos menores debió haber sido muy difícil. Le alegraba saber que su hermano mayor se preocupaba tanto por él y María; además le tranquilizaba que él, y no algún familiar desconocido, estuviese a cargo de la tutela de ambos.

El viaje por tren fue largo, pero lograr acabar el trayecto en un solo día era su mejor alternativa. El apartamento que habían conseguido, a un muy buen precio de renta, quedaba por la avenida principal del pueblo, al otro lado del túnel que atravesaba la colina y unía la zona residencial con el sector comercial. Tendrían aproximadamente dos días para instalarse, antes de que Alberto tuviese que comenzar en su nuevo empleo. Entre el orden y la limpieza, el mayor debería encontrar un espacio para finalizar los papeleos de traslado de sus dos hermanos.

Un repentino comentario de María, relacionado con la extensión inusualmente larga del túnel, sobresaltó a ambos muchachos, quienes se encontraban cada uno perdido en sus pensamientos. La pequeña odiaba la oscuridad, por lo que su mejor estrategia fue soltarse del agarre de su hermano de en medio y echarse a correr hacia la salida del túnel. Se encontraba tan absorta en su carrera que, cuando por fin cruzó el umbral de luz, olvidó detenerse y dio de lleno contra una distraía joven que recorría los alrededores. La pequeña cayó sentada en el suelo de tierra.

- ¡Cielos! ¿Una niña? ¿Estás bien, pequeña? - Le extendió la mano para ayudarla a levantarse. - Lo siento mucho, no me fijé que venías corriendo de aquella cueva. ¿Estás sola?

María observó a la persona frente a ella, era una mujer joven y parecía una buena persona. Decidió aceptar su ayuda.

- No vengo de ninguna cueva, vengo de ese túnel de allí... - La pequeña se volteó a señalar el lugar del cual había salido, pero cuando observó con atención comprendió que aquella mujer tenía razón. Aquél lugar era una cueva, no un túnel. - Es una cueva...- Murmuró.
- ¿Será posible que tu también estabas en otro lugar hasta hace un momento? - La pequeña asintió con la cabeza. - ¿Estás sola?

María recordó a sus hermanos y se apresuró a la entrada de la cueva para llamarlos, pero no había nadie. Le entró pánico y comenzó a sollozar en silencio, empuñando las manos en la falda de su vestido. Cuando la oyó hipar, la mujer se acercó hasta a ella, se arrodilló a su lado y le acarició la cabeza.

- ¿Te separaste de tus compañeros? - La niña asintió sin dejar de llorar. - ¿Eran tu papá, tu mamá? - Ella negó enérgicamente con la cabeza y, con voz débil y lastimera, le dio a entender que era sus hermanos. - Tranquila dulzura, estoy segura de que ellos también vinieron contigo a este lugar. De seguro ahora están buscándote, pero quizás aparecieron por otro lugar. Creo que esta montaña es bastante grande. ¿Te parece si los buscamos?

La niña la miró y secó sus lágrimas con el antebrazo; luego asintió con la cabeza y se sujetó de la falda de la mujer que le ofrecía ayuda, una vez que esta se puso de pie.

- ¿Cómo te llamas? Yo me llamo María y tengo seis años.
- Mucho gusto María. Yo me llamo Sara.

Continuará...



Parte II                             Parte IV


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